domingo, 21 de junio de 2009

MI PADRE.



Yo tengo en el hogar un soberano,

único a quien venera el alma mía;

es su corona de cabello cano,

la honra su ley y la virtud su guía.

En lentas horas de miseria y duelo,

lleno de firme y varonil constancia,

guarda la fe de que me habló el cielo

en las horas primeras de mi infancia.

La amarga prescripción y la tristeza

en su alma abrieron incurable herida,

es un anciano y lleva en la cabeza

el polvo del camino de la vida.

Ve del mundo las fieras tempestades,

de la suerte las horas desgraciadas,

y pasa, como Cristo el Tiberíades,

de pie sobre las ondas encrespadas.

Seca su llanto, calla sus dolores,

y sólo en el deber sus ojos fijos,

recoge espinas y derrama flores

sobre la senda que trazó a sus hijos.

Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura

jamás en llanto sus mejillas moja;

en el mundo, la flor de la ventura

al más ligero soplo se deshoja.

Haz el bien sin temer el sacrificio;

el hombre ha de luchar sereno y fuerte,

y halla quien odia la maldad y el vicio

un tálamo de rosas en la muerte.

Si eres pobre, confórmate y sé bueno;

si eres rico, protege al desgraciado,

y lo mismo en tu hogar que en el ajeno

guarda tu honor para vivir honrado.

Ama la libertad: libre es el hombre

y su juez más severo es la conciencia;

tanto como tu honor guarda tu nombre,

pues mi nombre y mi honor forman tu herencia".

Este código augusto en mi alma pudo,

desde que lo escuché, quedar grabado;

en todas las tormentas fue mi escudo,

de todas las borrascas me ha salvado.

Mi padre tiene en su mirar sereno

reflejo fiel de su conciencia honrada.

¡Cuánto consejo cariñoso y bueno

sorprendo en el fulgor de su mirada!.



Por Juán de Dios Peza – Poeta mexicano.


No hay comentarios:

Publicar un comentario